Comentario
Entrada de Cortés en Acuzamil
Con este razonamiento puso Hernán Cortés en sus compañeros gran esperanza de cosas y admiración de su persona. Y tanta gana les entró de pasar con él a aquellas tierras apenas vistas, que les parecía ir, no a guerra, sino a victoria y presa cierta. Se alegró mucho Cortés de ver la gente tan contenta y deseosa de ir con él en aquella jornada; y así, entró luego en su nao capitana, y mandó que todos se embarcasen pronto; y como vio tiempo a propósito, se hizo a la vela, habiendo oído misa antes y rogado a Dios le guiase aquella mañana, que fue el 18 del mes de febrero del año 1519 de la natividad de Jesucristo, redentor del mundo. Estando en la mar, dio nombre a todos los capitanes y pilotos, como se acostumbra; el cual fue de San Pedro Apóstol, su abogado. Los avisó que siempre tuviesen puesta la mirada en la capitana en que él iba, porque llevaba en ella un gran farol para señal y guía del camino que tenían que hacer; el cual era casi de este a oeste desde la punta de San Antón, que es lo último de Cuba, para el cabo de Cotoche, que es la primera punta de Yucatán, donde habían de ir a parar derechos, para después seguir la tierra costa a costa entre norte y poniente. La primera noche que partió Hernán Cortés y que comenzó a atravesar el golfo que hay de Cuba a Yucatán, y que tendría poco más de sesenta leguas, se levantó nordeste con recio temporal; el cual desorientó su rumbo, y así se desparramaron desordenadamente los navíos y corrió cada uno por su lado como mejor pudo. Y por la instrucción que llevaban los pilotos de la vía que habían de hacer, navegaron, y fueron todos, salvo uno, a la isla de Acuzamil, aunque no fueron juntos ni a un tiempo. Las que más tardaron fueron la capitana y otra en la que iba por capitán Francisco de Morla, en la que, o por descuido o flojedad del timonel, o por la fuerza del agua mezclada con el viento, un golpe de mar se llevó el timón. Él, para dar a entender su necesidad, izó un farol desparramado. Cortés, cuando lo vio, arribó sobre él con la capitana; y vista la necesidad y peligro, amainó y esperó hasta ser de día, para animar a los del navío y para remediar la falta. Quiso Dios que cuando amaneciese, ya la mar abonanzaba, y no andaba tan brava como por la noche; y al ser de día buscaron el timón, que andaba alrededor de ellos entre las dos naves. El capitán Morla se echó al mar atado con una soga, y a nado cogió el timón, y lo subieron y colocaron en su lugar como había de estar; y después alzaron velas. Navegaron aquel día y otro sin llegar a tierra ni sin ver vela ninguna de la flota; mas luego al otro llegaron a la punta de las Mujeres, donde hallaron algunos navíos. Les mandó Cortés que le siguiesen, y él enderezó la proa de su nao capitana a buscar los navíos que le faltaban hacia donde el tiempo y viento los había podido echar; y así, fue a dar en Acuzamil. Halló allí los navíos que le faltaban, excepto uno, del cual no supieron en muchos días. Los de la isla tuvieron miedo; alzaron su hatillo y se metieron al monte. Cortés hizo salir a tierra, en un pueblo que estaba cerca de donde habían surgido, a unos cuantos españoles, los cuales fueron al lugar, que era de cantería y buenos edificios, y no hallaron a nadie en él; mas hallaron en algunas casas ropa de algodón y algunas joyas de oro. Entraron asimismo en una torre alta y de piedra, junto al mar, pensando que hallarían dentro hombres y hacienda; mas ella no tenía más que dioses de barro y canto. Cuando volvieron, dijeron a Cortés que habían visto muchos maizales y praderías, grandes colmenares y arboledas y frutales, y le dieron aquellas cosillas de oro y algodón que traían. Se alegró Cortés con aquellas nuevas, aunque por otra parte se sorprendió de que hubiesen huido los de aquel pueblo, pues no lo habían hecho cuando fue allí Juan de Grijalva; y sospechó que por ser más sus navíos que los del otro tenían más miedo. Temió también que fuese algún ardid para tenderle alguna emboscada, y mandó sacar a tierra los caballos, a dos efectos: para descubrir el campo con ellos, y pelear, si fuese necesario; y si no, para que paciesen y se refrescasen, pues había dónde. También hizo desembarcar a la gente, y envió a muchos a buscar la isla, y algunos de ellos hallaron en lo más espeso de un monte a cuatro o cinco mujeres con tres criaturas, que le trajeron. No entendían ni las entendían, pero por los ademanes y cosas que hacían conocieron que una de ellas era señora de las otras, y madre de los niños. Cortés la halagó entonces, pues lloraba su cautiverio y el de sus hijos. La vistió como mejor pudo, a estilo de aquí; dio a las criadas espejos y tijeras, y a los niños sendos dijes para que se divirtiesen. En lo demás la trató honestamente. Tras esto, ya que quería enviar a una de aquellas mozas a llamar al marido y señor para hablarle, y que viese cuán bien tratados estaban sus hijos y mujer, llegaron algunos isleños, a ver lo que pasaba, por mandato del Calachuni, y a saber de la mujer. Les dio Cortés algunas cosillas de rescate para ellos, y otras para el Calachuni, su señor, y los volvió a enviar para que le rogasen de su parte y de la mujer que viniese a verse con aquella gente, de quien sin causa huía, que él le prometía que ni persona ni casa de la isla recibiría daño ni enojo de aquellos compañeros suyos. El Calachuni, que entendió esto, y por el amor de los hijos y mujer, se vino luego al día siguiente con todos los hombres del lugar, en el cual estaban ya muchos españoles aposentados; mas no consintió que saliesen de las casas, antes bien mandó que los repartiesen entre sí, y los proveyesen muy bien de allí en adelante de mucho pescado, pan, miel y frutas. El Calachuni habló a Cortés con grande humildad y ceremonia; y por ello, fue muy bien recibido y cariñosamente tratado; y no sólo le mostró Cortés por señas y palabras la buena obra que los españoles le querían hacer, sino hasta con dádivas; y así, le dio a él y a otros muchos de aquellos suyos cosas de rescate, las cuales, aunque entre nosotros son de poco valor, ellos las estimaron mucho y tienen en más que al oro, tras el que todos andaban. Además de esto, mandó Cortés que todo el oro y ropa que se había cogido en el pueblo lo trajesen ante sí; y allí conoció cada isleño lo que era suyo, y se lo devolvió, de lo que quedaron no poco contentos y maravillados. Aquellos indios fueron, muy alegres y ricos con las cosillas de España, por toda la isla a mostrarlas a los otros, y a mandarles de parte del Calachuni que se volviesen a sus casas con sus hijos y mujeres seguros y sin miedo, por cuanto aquella gente extranjera era buena y cariñosa. Con estas noticias y mandato se volvió cada uno a su casa y pueblo, pues también otros se habían ido como los de éste, y poco a poco perdieron el miedo que a los españoles tenían. Y de esta manera estuvieron seguros y amigos, y proveyeron abundantemente a nuestro ejército todo el tiempo que estuvo en la isla, de miel y cera, de pan, pescado y fruta.